Era el enchufe que recargaba toda mi energía.
Me acuerdo de que cuando te abrazaba, perdía la noción del tiempo.
Me sentía totalmente a salvo en tu abrazo, lo que me hacía sentir totalmente vulnerable y desprotegida cuando te marchabas.
He ido buscando esa sensación entre los brazos de otra gente. Pero créeme,
todavía no la he encontrado.
Me acuerdo del día en que decidiste, espontáneamente, tomar mi mano durante una clase, y los dos lo sentimos.
Mientras mi mano tomaba apuntes, la otra, oculta a los ojos de los demás, era el canal de una energía capaz de alimentar a todo una ciudad.
Me acuerdo del fluir de esa energía, del recorrido que hacía. Desde mi mano, atravesaba todo el tronco, ascendía por mi cara recorriendo poro a poro y haciendo que mis ojos quisieran abrirse por completo, bajaba de nuevo, pasaba por el pecho y regresaba a tu mano, formando un circuito.
Me costaba a horrores fingir que no pasaba nada, ya que estando sentados en primera fila era difícil eludir la mirada de la profesora.
Estaba sorprendida, mucho, no sabía qué estaba pasando y cómo, pero sabía que tú sentías lo que yo había estado intentando evitar a toda costa sentir, y saber esto me hacía sentir un gran alivio.
La hora siguiente no pudimos evitar sentarnos estratégicamente cerca y cogernos la mano por debajo de la mesa, mientras charlábamos con nuestros amigos que estaban al margen de lo que ocurría en esos momentos.
Aquel día marché a mi casa con un corazón dibujado en mi antebrazo, y supe que no se borraría aunque el agua y el jabón desdibujaran sus líneas.
Gracias.